viernes, 5 de noviembre de 2010

DE CITAS Y FRASES CÉLEBRES (VI)

"Amor: una serpiente con dos cabezas que se vigilan sin cesar."
Elias Canetti

"¿Por qué escribo? Porque encuentro la vida poco satisfactoria."
Tennessee Williams

"Ningún hombre es tan bueno, que, al ser expuesto a las acciones de la ley, no sería condenado a la horca por lo menos diez veces."
Moliére

"Hay días en los que uno tiene la impresión de que los hombres viven como ratas y no siente el menor deseo de parecerse a ellos"
Yukio Mishima

"El hombre es lo que decide ser."
Jean-Paul Sartre

jueves, 4 de noviembre de 2010

INSTRUMENTOS DE TORTURA: JAULAS COLGANTES

 

El propósito de este invento era exhibir al condenado a la vista del pueblo (escarnio público);  para esto, colocaban la jaula en un lugar concurrido: la iglesia, el castillo o cualquier edificio público. Se utilizó en algunas ciudades Europeas como Mantua, Münster o Venecia. Su uso comenzó en la Edad Media y llegó a su fin en el siglo XVIII.
no obstante, a veces su uso sí era de intrumento de totura y ejecución: las víctimas, desnudas o semidesnudas, eran encerradas en las jaulas, donde morían a causa del hambre y la sed o por las inclemencias del tiempo. Normalmente, los condenados sufrían torturas de otro tipo antes de ser introducidos en las jaulas colgantes; su salud entonces resultaba precaria, lo que aceleraba la muerte. Sin embargo, a veces se introducian animales salvajes a las jaulas para atacar al condenado; los verdugos incitaban a las bestias con hierros candescentes. En algunas ocasiones, se encendían fogatas debajo de la jaula para quemar al condenado.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

"MUERTE SIN FIN" DE JOSÉ GOROSTIZA

Lleno de mí, sitiado en mi epidermis
por un dios inasible que me ahoga,
mentido acaso
por su radiante atmósfera de luces
que oculta mi conciencia derramada,
mis alas rotas en esquirlas de aire,
mi torpe andar a tientas por el lodo;
lleno de mí —ahíto— me descubro
en la imagen atónita del agua,
que tan sólo es un tumbo inmarcesible,
un desplome de ángeles caídos
a la delicia intacta de su peso,
que nada tiene
sino la cara en blanco
hundida a medias, ya, como una risa agónica,
en las tenues holandas de la nube
y en los funestos cánticos del mar
—más resabio de sal o albor de cúmulo
que sola prisa de acosada espuma.
No obstante —oh paradoja— constreñida
por el rigor del vaso que la aclara,
el agua toma forma.
En él se asienta, ahonda y edifica,
cumple una edad amarga de silencios
y un reposo gentil de muerte niña,
sonriente, que desflora
un más allá de pájaros
en desbandada.
En la red de cristal que la estrangula,
allí, como en el agua de un espejo,
se reconoce;
atada allí, gota con gota,
marchito el tropo de espuma en la garganta
¡qué desnudez de agua tan intensa,
qué agua tan agua,
está en su orbe tornasol soñando,
cantando ya una sed de hielo justo!
¡Mas qué vaso —también— más providente
éste que así se hinche
como una estrella en grano,
que así, en heroica promisión, se enciende
como un seno habitado por la dicha,
y rinde así, puntual,
una rotunda flor
de transparencia al agua,
un ojo proyectil que cobra alturas
y una ventana a gritos luminosos
sobre esa libertad enardecida
que se agobia de cándidas prisiones!


¡Más que vaso —también— más providente!
Tal vez esta oquedad que nos estrecha
en islas de monólogos sin eco,
aunque se llama Dios,
no sea sino un vaso
que nos amolda el alma perdidiza,
pero que acaso el alma sólo advierte
en una transparencia acumulada
que tiñe la noción de Él, de azul.
El mismo Dios,
en sus presencias tímidas,
ha de gastar la tez azul
y una clara inocencia imponderable,
oculta al ojo, pero fresca al tacto,
como este mar fantasma en que respiran
—peces del aire altísimo—
los hombres.
¡Sí, es azul! ¡Tiene que ser azul!
Un coagulado azul de lontananza,
un circundante amor de la criatura,
en donde el ojo de agua de su cuerpo
que mana en lentas ondas de estatura
entre fiebres y llagas;
en donde el río hostil de su conciencia
¡agua fofa, mordiente, que se tira,
ay, incapaz de cohesión al suelo!
en donde el brusco andar de la criatura
amortigua su enojo,
se redondea
como una cifra generosa,
se pone en pie, veraz, como una estatua.
¿Qué puede ser —si no— si un vaso no?
Un minuto quizá que se enardece
hasta la incandescencia,
que alarga el arrebato de su brasa,
ay, tanto más hacia lo eterno mínimo
cuanto es más hondo el tiempo que lo colma.
Un cóncavo minuto del espíritu
que una noche impensada,
al azar
y en cualquier escenario irrelevante
con el vuelo del pájaro,
estalla en él como un cohete herido
y en sonoras estrellas precipita
su desbandada pólvora de plumas.
Mas en la médula de esta alegría,
no ocurre nada, no;
sólo un cándido sueño que recorre
las estaciones todas de su ruta
tan amorosamente
que no elude seguirla a sus infiernos,
ay, y con qué miradas de atropina,
tumefactas e inmóviles, escruta
el curso de la luz, su instante fúlgido,
en la piel de una gota de rocío;
concibe el ojo
y el intangible aceite
que nutre de esbeltez a la mirada;
gobierna el crecimiento de las uñas
y en la raíz de la palabra esconde
el frondoso discurso de ancha copa
y el poema de diáfanas espigas.
Pero aún más —porque en su cielo impío
nada es tan cruel como este puro goce—
somete sus imágenes al fuego
de especiosas torturas que imagina
—las infla de pasión,
en la prisma del llanto las deshace,
las ciega con el lustre de un barniz,
las satura de odios purulentos,
rencores zánganos
como una mala costra,
angustias secas como la sed del yeso.
Pero aún más —porque, inmune a la mácula,
tan perfecta crueldad no cede a límites—
perfora la substancia de su gozo
con rudos alfileres;
piensa el tumor, la úlcera y el chancro
que habrán de festonar la tez pulida,
toma en su mano etérea a la criatura
y la enjuta, la hincha o la demacra,
como a un copo de cera sudorosa,
y en un ilustre hallazgo de ironía
la estrecha enternecido
con los brazos glaciales de la fiebre.
Mas nada ocurre, no, sólo este sueño
desorbitado
que se mira a sí mismo en plena marcha;
presume, pues, su término inminente
y adereza en el acto
el plan de su fatiga,
su justa vacación
su domingo de gracia allá en el campo,
al fresco albor de las camisas flojas.
¡Qué trebolar mullido, qué parasol de niebla
se regala en el ánimo
para gustar la miel de sus vigilias!
Pero el ritmo es su norma, el solo paso,
la sola marcha en círculo, sin ojos;
así, aun de su cansancio, extrae
¡hop!
largas cintas de cintas de sorpresas
que en un constante perecer enérgico,
en un morir absorto,
arrasan sin cesar su bella fábrica
hasta que —hijo de su misma muerte,
gestado en la aridez de sus escombros—
siente que su fatiga se fatiga,
se erige a descansar de su descanso
y sueña que su sueño se repite,
irresponsable, eterno,
muerte sin fin de una obstinada muerte,
sueño de garza anochecido a plomo
que cambia sí de pie, mas no de sueño,
que cambia sí la imagen,
mas no la doncellez de su osadía
¡oh inteligencia, soledad en llamas!
que lo consume todo hasta el silencio,
sí, como una semilla enamorada
que pudiera soñarse germinando,
probar en el rencor de la molécula
el salto de las ramas que aprisiona
y el gusto de su fruta prohibida,
ay, sin hollar, semilla casta,
sus propios impasibles tegumentos.


¡Oh inteligencia, soledad en llamas
que todo lo concibe sin crearlo!
Finge el calor del lodo,
su emoción de substancia adolorida,
el iracundo amor que lo embellece
y lo encumbra más allá de las alas
a donde sólo el ritmo
de los luceros llora,
mas no le infunde el soplo que lo pone en pie
y permanece recreándose a sí misma,
única en Él, inmaculada, sola en Él,
reticencia indecible,
amoroso temor de la materia,
angélico egoísmo que se escapa
como un grito de júbilo sobre la muerte
—oh inteligencia, páramo de espejos!
helada emanación de rosas pétreas
en la cumbre de un tiempo paralítico;
pulso sellado;
como una red de arterias temblorosas,
hermético sistema de eslabones
que apenas se apresura o se retarda
según la intensidad de su deleite;
abstinencia angustiosa
que presume el dolor y no lo crea,
que escucha ya en la estepa de sus tímpanos
retumbar el gemido del lenguaje
y no lo emite;
que nada más absorbe las esencias
y se mantiene así, rencor sañudo,
una, exquisita, con su dios estéril,
sin alzar entre ambos
la sorda pesadumbre de la carne,
sin admitir en su unidad perfecta
el escarnio brutal de esa discordia
que nutren vida y muerte inconciliables,
siguiéndose una a otra
como el día y la noche,
una y otra acampadas en la célula
como en un tardo tiempo de crepúsculo,
ay, una nada más, estéril, agria,
con Él, conmigo, con nosotros tres;
como el vaso y el agua, sólo una
que reconcentra su silencio blanco
en la orilla letal de la palabra
y en la inminencia misma de la sangre.
¡ALELUYA, ALELUYA!


Iza la flor su enseña,
agua, en el prado.
¡Oh, qué mercadería
de olor alado!


¡Oh, qué mercadería
de tenue olor!
¡cómo inflama los aires
con su rubor!


¡Qué anegado de gritos
está el jardín!
«¡Yo, el heliotropo, yo!»
«¿Yo? El jazmín.»


Ay, pero el agua,
ay, si no huele a nada.


Tiene la noche un árbol
con frutos de ámbar;
tiene una tez la tierra,
ay, de esmeraldas.


El tesón de la sangre
anda de rojo;
anda de añil el sueño;
la dicha, de oro.


Tiene el amor feroces
galgos morados;
pero también sus mieses,
también sus pájaros.
Ay, pero el agua,
ay, si no luce a nada.


Sabe a luz, a luz fría,
sí, la manzana.
¡Qué amanecida fruta
tan de mañana!
¡Qué anochecido sabes,
tú, sinsabor!
¡cómo pica en la entraña
tu picaflor!


Sabe la muerte a tierra,
la angustia a hiel.
Este morir a gotas
me sabe a miel.


Ay, pero el agua,
ay, si no sabe a nada.


[BAILE]


Pobrecilla del agua,
ay, que no tiene nada,
ay, amor, que se ahoga,
ay, en un vaso de agua.


En el rigor del vaso que la aclara,
el agua toma forma
—ciertamente.
Trae una sed de siglos en los belfos,
una sed fría, en punta, que ara cauces
en el sueño moroso de la tierra,
que perfora sus miembros florecidos,
como una sangre cáustica,
incendiándolos, ay, abriendo en ellos
desapacibles úlceras de insomnio.
Más amor que sed; más que amor, idolatría,
dispersión de criatura estupefacta
ante el fulgor que blande
—germen del trueno olímpico— la forma
en sus netos contornos fascinados.
¡Idolatría, sí idolatría!
Mas no le basta el ser un puro salmo,
un ardoroso incienso de sonido;
quiere, además, oírse.
Ni le basta tener sólo reflejos
—briznas de espuma
para el ala de luz que en ella anida;
quiere, además, un tálamo de sombra,
un ojo,
para mirar el ojo que la mira.
En el lago, en la charca, en el estanque,
en la entumida cuenca de la mano,
se consuma este rito de eslabones,
este enlace diabólico
que encadena el amor a su pecado.
En el nítido rostro sin facciones
el agua, poseída,
siente cuajar la máscara de espejos
que el dibujo del vaso le procura.
Ha encontrado, por fin,
en su correr sonámbulo,
una bella, puntual fisonomía.
Ya puede estar de pie frente a las cosas.
Ya es ella también, aunque por arte
de estas limpias metáforas cruzadas,
un encendido vaso de figuras.
El camino, la barda, los castaños,
para durar el tiempo de una muerte
gratuita y prematura, pero bella,
ingresan por su impulso
en el suplicio de la imagen propia
y en medio del jardín, bajo las nubes,
descarnada lección de poesía,
instalan un infierno alucinante.


Pero el vaso en sí mismo no se cumple.
Imagen de una deserción nefasta
¿qué esconde en su rigor inhabitado,
sino esta triste claridad a ciegas,
sino esta tentaleante lucidez?
Tenedlo ahí, sobre la mesa, inútil.
Epigrama de espuma que se espiga
ante un auditorio anestesiado,
incisivo clamor que la sordera
tenaz de los objetos amordaza,
flor mineral que se abre para adentro
hacia su propia luz,
espejo ególatra
que se absorbe a sí mismo contemplándose.
Hay algo en él, no obstante, acaso un alma,
el instinto augural de las arenas,
una llaga tal vez que debe al fuego,
en donde le atosiga su vacío.
Desde este erial aspira a ser colmado.
En el agua, en el vino, en el aceite,
articula el guión de su deseo;
se ablanda, se adelgaza;
ya su sobrio dibujo se le nubla,
ya embozado en el giro de un reflejo,
en un llanto de luces se liquida.


Mas la forma en sí misma no se cumple.
Desde su insigne trono faraónico,
magnánima,
deífica,
constelada de epítetos esdrújulos,
rige con hosca mano de diamante.
Está orgullosa de su orondo imperio.
¡En las augustas pituitarias de ónice
no juega, acaso, el encendido aroma
con que arde a sus pies la poesía?
¡Ilusión, nada más gentil narcótico
que puebla de fantasmas los sentidos!
Pues desde ahí donde el dolor emite
¡oh turbio sol de podre!
el esmerado brillo que lo embosca,
ay, desde ahí, presume la materia
que apenas cuaja su dibujo estricto
y ya es un jardín de huellas fósiles,
estruendoso fanal,
rojo timbre de alarma en los cruceros
que gobierna la ruta hacia otras formas.
La rosa edad que esmalta su epidermis
—senil recién nacida—
envejece por dentro a grandes siglos.
Trajo puesta la proa a lo amarillo.
El aire se coagula entre sus poros
como un sudor profuso
que se anticipa a destilar en ellos
una esencia de rosas subterráneas.
Los crudos garfios de su muerte suben,
como musgo, por grietas inasibles,
ay, la hostigan con tenues mordeduras
y abren hueco por fin a aquel minuto
—¡miradlo en la lenteja del reloj,
neto, puntual, exacto,
correrse un eslabón cada minuto!—
cuando al soplo infantil de un parpadeo,
la egregia masa de ademán ilustre
podrá caer de golpe hecha cenizas.


No obstante —¿por qué no?— también en ella
tiene un rincón el sueño,
árido paraíso sin manzana
donde suele escaparse de su rostro,
por el rostro marchito del espectro
que engendra aletargada, su costilla.
El vaso de agua es el momento justo.
En su audaz evasión se transfigura,
tuerce la órbita de su destino
y se arrastra en secreto hacia lo informe.
La rapiña del tacto no se ceba
—aquí, en el sueño inhóspito—
sobre el templado nácar de su vientre,
ni la flauta Don Juan que la requiebra
musita su cachonda serenata.
El sueño es cruel,
ay, punza, roe, quema, sangra, duele.
Tanto ignora infusiones como ungüentos.
En los sordos martillos que la afligen
la forma da en el gozo de la llaga
y el oscuro deleite del colapso.
Temprana madre de esa muerte niña
que nutre en sus escombros paulatinos,
anhela que se hundan sus cimientos
bajo sus plantas, ay, entorpecidas
por una espesa lentitud de lodo;
oye nacer el trueno del derrumbe;
siente que su materia se derrama
en un prurito de ácidas hormigas;
que, ya sin peso, flota
y en un claro silencio se deslíe.
Por un aire de espejos inminentes
¡oh impalpables derrotas del delirio!
cruza entonces, a velas desgarradas,
la airosa teoría de una nube.


En la red de cristal que la estrangula,
el agua toma forma,
la bebe, sí, en el módulo del vaso,
para que éste también se transfigure
con el temblor del agua estrangulada
que sigue allí, sin voz, marcando el pulso
glacial de la corriente.
Pero el vaso
—a su vez—
cede a la informe condición del agua
a fin de que —a su vez— la forma misma,
la forma en sí, que está en el duro vaso
sosteniendo el rencor de su dureza
y está en el agua de aguijada espuma
como presagio cierto de reposo,
se pueda sustraer al vaso de agua;
un instante, no más,
no más que el mínimo
perpetuo instante del quebranto,
cuando la forma en sí, la pura forma,
se abandona al designio de su muerte
y se deja arrastrar, nubes arriba,
por ese atormentado remolino
en que los seres todos se repliegan
hacia el sopor primero,
a construir el escenario de la nada.
Las estrellas entonces ennegrecen.

Han vuelto al dardo insomne
a la noche perfecta de su aljaba.


Porque en el lento instante del quebranto,
cuando los seres todos se repliegan
hacia el sopor primero
y en la pira arrogante de la forma
se abrasan, consumidos por su muerte
—¡ay, ojos, dedos, labios,
etéreas llamas del atroz incendio!—
el hombre ahoga con sus manos mismas,
en un negro sabor de tierra amarga,
los himnos claros y los roncos trenos
con que cantaba la belleza,
entre tambores de gangoso idioma
y esbeltos címbalos que dan al aire
sus golondrinas de latón agudo;
ay, los trenos e himnos que loaban
la rosa marinera
que consuma el periplo del jardín
con sus velas henchidas de fragancia;
y el malsano crepúsculo de herrumbre,
amapola del aire lacerado
que se pincha en las púas de un gorjeo;
y la febril estrella, lis de calosfrío,
punto sobre las íes
de las tinieblas;
y el rojo cáliz del pezón macizo,
sola flor de granado
en la cima angustiosa del deseo,
y la mandrágora del sueño amigo
que crece en los escombros cotidianos
—ay, todo el esplendor de la belleza
y el bello amor que la concierta toda
en un orbe de imanes arrobados.


Porque el tambor rotundo
y las ricas bengalas que los címbalos
tremolan en la altura de los cantos,
se anegan, ay, en un sabor de tierra amarga,
cuando el hombre descubre en sus silencios
que su hermoso lenguaje se le agosta,
se le quema —confuso— en la garganta,
exhausto de sentido;
ay, su aéreo lenguaje de colores,
que así se jacta del matiz estricto
en el humo aterrado de sus sienas
o en el sol de sus tibios bermellones;
él, que discurre en la ansiedad del labio
como una lenta rosa enamorada;
él, que cincela sus celos de paloma
y modula sus látigos feroces;
que salta en sus caídas
con un ruidoso síncope de espumas;
que prolonga el insomnio de su brasa
en las mustias cenizas del oído;
que oscuramente repta
e hinca enfurecido la palabra
de hiel, la tuerta frase de ponzoña;
él que labra el amor del sacrificio
en columnas de ritmos espirales,

sí, todo él, lenguaje audaz del hombre,
se le ahoga —confuso— en la garganta
y de su gracia original no queda
sino el horror de un pozo desecado
que sostiene su mueca de agonía.
Porque el hombre descubre en sus silencios
que su hermoso lenguaje se le agosta
en el minuto mismo del quebranto,
cuando los peces todos
que en cautelosas órbitas discurren
como estrellas de escamas, diminutas,
por la entumida noche submarina,
cuando los peces todos
y el ulises salmón de los regresos
y el delfín apolíneo, pez de dioses,
deshacen su camino hacia las algas;
cuando el tigre que huella
la castidad del musgo
con secretas pisadas de resorte
y el bóreas de los ciervos presurosos
y el cordero Luis XV, gemebundo,
y el león babilónico
que añora el alabastro de los frisos
—¡flores de sangre, eternas,
en el racimo inmemorial de las especies!—
cuando todos inician el regreso
a sus mudos letargos vegetales;

cuando la aguda alondra se deslíe
en el agua del alba,
mientras las aves todas
y el solitario búho que medita
con su antifaz de fósforo en la sombra,
la golondrina de escritura hebrea
y el pequeño gorrión, hambre en la nieve,
mientras todas las aves se disipan
en la noche enroscada del reptil;
cuando todo —por fin— lo que anda o repta
y todo lo que vuela o nada, todo,
se encoge en un crujir de mariposas,
regresa a sus orígenes
y al origen fatal de sus orígenes,
hasta que su eco mismo se reinstala
en el primer silencio tenebroso.


Porque los bellos seres que transitan
por el sopor añoso de la tierra
—¡tragos de sangre, libres,
en la pantalla de su sueño impuro!—
todos se dan a un frenesí de muerte,
ay, cuando el sauce
acumula su llanto
para urdir la substancia de un delirio
en que —¡tú! ¡yo! ¡nosotros!— de repente,
a fuerza de atar nombres destemplados,
ay, no le queda sino el tronco prieto,
desnudo de oración ante su estrella;
cuando con él, desnudos, se sonrojan
el álamo temblón de encanecida barba
y el eucalipto rumoroso,
témpano de follaje
y tornillo sin fin de la estatura
que se pierde en las nubes, persiguiéndose;
y también el cerezo y el durazno
en su loca efusión de adolescentes
y la angustia espantosa de la ceiba
y todo cuanto nace de raíces,
desde el heroico roble hasta la impúbera
menta de boca helada;
cuando las plantas de sumisas plantas
retiran el ramaje presuntuoso,
se esconden en sus ásperas raíces
y en la acerba raíz de sus raíces
y presas de un absurdo crecimiento
se desarrollan hacia la semilla,
hasta quedar inmóviles
¡oh cementerios de talladas rosas!
en los duros jardines de la piedra.


Porque desde el anciano roble heroico
hasta la impúbera
menta de boca helada,
ay, todo cuanto nace de raíces
establece sus tallos paralíticos
en los duros jardines de la piedra,
cuando el rubí de angélicos melindres
y el diamante iracundo
que fulmina a la luz con un reflejo,
más el ario zafir de ojos azules
y la geórgica esmeralda que se anega
en el abrilde su robusta clorofila,
una a una, las piedras delirantes,
con sus lindas hermanas cenicientas,
turquesa, lapislázuli, alabastro,
pero también el oro prisionero
y la plata de lengua fidedigna,
ingenuo ruiseñor de los metales
que se ahoga en el agua de su canto;
cuando las piedras finas
y los metales exquisitos, todos,
regresan a sus nidos subterráneos
por las rutas candentes de la llama,
ay, ciegos de su lustre,
ay, ciegos de su ojo,
que el ojo mismo,
como un siniestro pájaro de humo,
en su aterida combustión se arranca.


Porque raro metal o piedra rara,
así como la roca escueta, lisa,
que figura castillos
con sólo naipes de aridez y escarcha,
y así la arena de arrugados pechos
y el humus maternal de entraña tibia,
ay, todo se consume
con un mohíno crepitar de gozo,
cuando la forma en sí, la forma pura,
se entrega a la delicia de su muerte
y en su sed de agotarla a grandes luces
apura en una llama
el aceite ritual de los sentidos,
que sin labios, sin dedos, sin retinas,
sí paso a paso, muerte a muerte, locos,
se acogen a sus túmidas matrices,
mientras unos a otros se devoran
al animal, la planta
a la planta, la piedra
a la piedra, el fuego
al fuego, el mar
al mar, la nube
a la nube, el sol
hasta que todo este fecundo río
de enamorado semen que conjuga,
inaccesible al tedio,
el suntuoso caudal de su apetito,
no desemboca en sus entrañas mismas,
en el acre silencio de sus fuentes,
entre un fulgor de soles emboscados,
en donde nada es ni nada está,
donde el sueño no duele,
donde nada ni nadie, nunca, está muriendo
y solo ya, sobre las grandes aguas,
flota el Espíritu de Dios que gime
con un llanto más llanto aún que el llanto,


como si herido —¡ay, Él también!— por un cabello
por el ojo en almendra de esa muerte
que emana de su boca,
hubiese al fin ahogado su palabra sangrienta.


¡ALELUYA, ALELUYA!


¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el Diablo,
es una espesa fatiga,
un ansia de trasponer
estas lindes enemigas,
este morir incesante,
tenaz, esta muerte viva,
¡oh Dios! que te está matando
en tus hechuras estrictas,
en las rosas y en las piedras,
en las estrellas ariscas
y en la carne que se gasta
como una hoguera encendida,
por el canto, por el sueño,
por el color de la vista.


¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el Diablo,
ay, una ciega alegría,
un hambre de consumir
el aire que se respira,
la boca, el ojo, la mano;
estas pungentes cosquillas
de disfrutarnos enteros
en sólo un golpe de risa,
ay, esta muerte insultante,
procaz, que nos asesina
a distancia, desde el gusto
que tomamos en morirla,
por una taza de té,
por una apenas caricia.


¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el Diablo,
es una muerte de hormigas
incansables, que pululan
¡oh Dios! sobre tus astillas,
que acaso te han muerto allá,
siglos de edades arriba,
sin advertirlo nosotros,
migajas, borra, cenizas
de ti, que sigues presente
como una estrella mentida
por su sola luz, por una
luz sin estrella, vacía,
que llega al mundo escondiendo
su catástrofe infinita.


[BAILE]


Desde mis ojos insomnes
mi muerte me está acechando,
me acecha, sí, me enamora
con su ojo lánguido.
¡Anda putilla del rubor helado,
anda, vámonos al diablo!

martes, 2 de noviembre de 2010

CALAVERAS DULCES


Es una golosina utilizada durante el día de muertos. Tiene forma de cráneo y su tamaño varía: hay calaveras de 2 y hasta de 20 cm., aunque el tamaño más usual es el de 6 cm.
Está hecha de azúcar de caña, chocolate o amaranto y adornada con líneas en zigzag de otro dulce con tinte vegetal, comúnmente de verde, azul, amarillo o rojo. Lleva además papeles de brillo metálico en esos mismos colores y en la frente suele llevar escrito el nombre de una persona estimada, generalmente viva.
En la elaboración de estos dulces se usan moldes de barro a los que se les agrega el azúcar fundido a más de 100 grados centígrados, que al enfriarse se cristaliza.

CALAVERAS LITERARIAS

Son composiciones en verso dirigidas hacia una persona viva. Se caracterizan por su tono satírico y, a veces, de abierta burla, hacia la persona a la cual va dirigida. Original mente iban dirigidas hacia la figura misma de la muerte (la Catrina), pero con el paso del tiempo y debido a su popularidad sus referentes se multiplicaron: hoy en día se componen calaveras a políticos, cantantes, actores, comunicadores, maestros o cualquier otra persona.
las primeras calaveras se publicaron en la segunda mitad del Siglo XIX, a modo de caricaturas. Estas imágenes fueron acompañadas con versos, en los que se describían de manera jocosa los motivos de su muerte.
He aquí algunos ejemplos de calaveras literarias, todos extraídos de la página de El informador. Parto del ámbito local al internacional:

Raúl Padilla
Gran promotor cultural
-eso ni quien se lo quite-
ha encontrado su desquite
con quien sale del huacal.

Mas la muerte muy sutil
tenía una trampa tendida
para quitarle le vida
antes que llegue la FIL.


Era un gran plan que.. no manches
súper bien elaborado
con libros murió aplastado
de Carlos Cuauhtémoc Sánchez
o
o

López Obrador
Esta osamenta enroscada
que a todo mundo tiene harto
forma de peje lagarto
ya se puede estar callada

o
Hoy descansa en paz el mundo
de sus gritos destemplados
que gritaba “condenados”
y estampaba un “no” rotundo
o
Cual penitencia, “la flaca”
lo ha ensartado en la guadaña
y él dice cada mañana
“Ya cállate, chachalaca”
o
o
George Bush
No conoció belicoso
que le hiciera competencia
ni guardián de la conciencia
su gobierno desastroso
o
Estandarte enarbolaba
de policía universal
combatió al “eje del mal”
al mismo que él designaba
o
La muerte no lo ha llevado
pues con su mitomanía
la muerte descubriría
que en él tiene un gran aliado
o
o
Hugo Chávez
Murió de muerte terrible
porque juzgó traicioneros

a sus pozos petroleros
que no lo hacen infalible
El diablo no lo soporta
porque grita todo el día
“Huele a azufre todavía”
y siempre mal se comporta
o
Así tras de mil batallas
el rey de los condenados
le grita desesperado
Chico: ¿Por qué no te callas?

PAN DE MUERTO


El pan de muerto es un elemento importante dentro de la celebración del 2 de noviembre. Tiene sus orígenes en la época de la Conquista y surge como fusión de las tradiciones prehispánica y cristiana.
La forma del pan de muerto tiene un significado: el círculo que se encuentra en la parte superior del mismo es el cráneo, las canillas son los huesos y el sabor a azahar es por el recuerdo a los ya fallecidos.
A continuación, presento una receta para elaborarlo:

Ingredientes
2 Tazas de harina de trigo(280 g.)
1 1/4 tazas de azúcar (300 g. aprox.)
1/2 taza de margarina o 125g. de mantequilla
1/3 de taza (100g) de manteca vegetal
3 huevos y 7 yemas de huevo
8 cucharadas soperas de agua tibia, (1/3 de taza)
3 cucharadas soperas de té de azhar (ya preparado)
2 cucharadas de té de anís ( ya preparado)
3 cucharadas soperas de manteca vegetal (para engrasar el pan y la charola)
20g. de levadura en polvo(dos cucharadas soperas aprox.) Búsquelo en tiedas de materias primas
La ralladura de la cáscara de una naranja
1/4 de cucharada cafetera de sal

Preparación:
En el recipiente de plástico disuelva la levadura en el agua tibia y agregue la harina necesaria para formar una pasta de aproximadamente 15 cucharadas soperas.
Haga una bola con la pasta y deje fermentar cerca del calor hasta que duplique su tamaño (más o menos entre media hora y una hora y media).
Sobre una superficie plana, cierne la harina con la ayuda del colador, apartando una cucharada sopera, Haga una fuente en el centro y poco a poco añada 15 cucharadas de azúcar, la sal, 2 huevos enteros, las 7 yemas, el té de azahar, té de anis, la ralladura de naranja, la manteca y la margarina.
Con las manos limpias, amase durante 20 minutos, tomándo la masa de los extremos y llevándola al centro. A esta masa añada la masa fermentada del primer paso y siga amasando (forme una bola alargada y tome unos de sus extremos y azote el otros sobre la tabla como si fuera un martillo; luego junte el extremo que se azotó con el que tenga en la mano y vuelva a azotar. Repita este proceso cuatro veces hasta que se formen burbujas, la masa se sienta como si fuera plástico y se desprenda fácilmente de la mesa).
Forme una bola con la masa, úntela con un poco de manteca vegetal y colóquela dentro de la cacerola, luego cubra con un trapo húmedo y deje reposar en un lugar tibio hasta que duplique su volumen (dos horas y media aprox.) expóngala al sol o sobre la estufa apagada.
Ya que ha pasado el tiempo, vuelva a amasar ligeramente y aparte 2 tazas de la masa para formar los huesitos y la bola de arriba.
Coloque la masa sobre la charola engrasada con manteca vegetal y dele la forma de un óvalo. Durante 30 minutos, déjela reposar al lado de los huesito y la bola.
Ya que ha pasado la media hora, bata el huevo restante con el tenedor y con éste pegue la bola y los huesitos; meta al horno precalentado a 200 C por 15 minutos, deje hornear durante 15 minutos a la misma temperatura, después reduzca a 170C y deje en el horno hasta su cocción total (aprox. 10 minutos más).
Para barnizar mezcle en un pocillo, la cucharada de harina que se reservó en el paso No. 1 junto con una cucharada sopera de aúcar y dos tazas de agua; ponga al fuego para formar un jarabe. Una vez qu este frío, barnice el pan y espolvoree con azúcar.

ALTAR DE MUERTOS


El altar de muertos es uno de los elementos más significativos de la celebración del 2 de noviembre. Esta tradición también tiene su origen en las culturas mesoamericanas. Los entierros prehispánicos eran acompañados de ofrendas que contenían dos tipos de objetos: los que, en vida, habían sido utilizados por el muerto, y los que podría necesitar en su tránsito al inframundo. De esta forma, era muy variada la elaboración de objetos funerarios: instrumentos musicales de barro, como ocarinas, flautas, timbales y sonajas en forma de calaveras; esculturas que representaban a los dioses mortuorios, cráneos de diversos materiales (piedra, jade, cristal), braseros, incensarios y urnas.
El montaje de un altar varía según la ubicación geográfica. No obstante, hay ciertos elementos que siempre deben encontrarse presentes. A continuación, los mencionaré y trataré de explicar brevemente el significado de cada uno de ellos:
1. Niveles: Todo altar tiene niveles. Pueden ser dos, tres o siete. El altar de dos niveles busca lograr la representación del cielo y la tierra; el de tres representa el Cielo, la Tierra y el Inframundo; finalmente, el altar que consta de 7 niveles o escalones representa los 7 niveles que tiene que pasar el alma de un muerto para poder descansar en paz.
2. Arco: Se ubica en la cúspide del altar simbolizando la entrada al mundo de los muertos. Adornados también con limonarias y flores de cempasuchil.
3. Cirio: Se utilizan cuatro  formando una cruz orientada a los cuatro puntos cardinales.
4. Velas: Sus llamas representan la ascensión del espíritu, también significan luz, guía del camino. Siempre se colocan en número par.
5. Papel en forma de cadenas: El color debe ser morado (color de luto de la Iglesia Católica) y amarillo (representa el luto prehispánico) que significan la unión entre la vida y la muerte.
6. Incienso de copal: Sirve para limpiar el lugar de malos espíritus y así pueda entrar el ánima a su casa sin ningún peligro. Al lado del altar se pone una olla de barro sobre un anafre con hierbas aromáticas: albahaca, laurel, romero, manzanilla y otras más.
7. Papel picado: De colores amarillo y verde, su significado es dar colorido y alegría de vivir. Se cree también que a través del papel picado pasan los espíritus de los difuntos. Por esta razón se colocan también en las puertas y colgados de la pared.
8. Flores: Dan la bienvenida al alma, adornando y aromatizando el lugar durante el tiempo en que viene de visita. La flor de muerto es el Cempasúchil. Zempoal – Xóchitl significa veinte flores o flores de una sola cuenta y simbolizan la dualidad entre la vida y la muerte.
9. Una cruz de ceniza: Se coloca por si el ánima se encuentra en el purgatorio, ayudándolo a salir de ahí para continuar su viaje.
10. Aguamanil, jabón y toalla: Se colocan por si el ánima necesita lavarse las manos después del largo viaje.
11. Calaveras de azúcar: Sin son de tamaño mediano se colocal en el nivel superior, su presencia es una costumbre indigena que hace alusión a la muerte. Las calaveras pequeñas se colocan en nivel bajo, son dedicadas a la Santísima Trinidad, y una grande en el mismo nivel, al Padre Eterno. Algunas personas les ponen el nombre de la persona viva o muerta a quien se van a ofrecer el altar.
12. Agua: Significa vida y energía para el camino. Colócala en recipientes de vidrio transparente.
13. Comida: Son para agradar al difunto, aquellos que más le gustaban.
14. Fotografía de la persona a quien se dedica el tributo.
15. Sal: Evita que el cuerpo se corrompa.
16. Objetos personales del difunto: Ropa, zapatos, accesorios, en caso de ser niño juguetes, dulces y alfeñiques.
17. Licor: Para recordarle al difunto los buenos momentos de su vida.
Algunas personas construyen un camino con flores de cempasúchil para facilitarle al difunto la llegada a su altar.

LA CATRINA


Se trata de una figura creada por el caricaturista José Guadalupe Posada (1852-1913), quien representaba en sus grabados las vidas y actitudes de los mexicanos a través de estas calaveras. La más famosa de ellas es "La calavera garbancera", la cual  tiempo después sería rebautizada por Diego Rivera tiempo como "La catrina". Hoy en día esta figura se relaciona con la muerte en general.
El cartón original muestra a una calavera sin ropa con un sombrero de ala ancha decorado con plumas de avestruz, refiriéndose a los lujos de la clase alta mexicana del Porfiriato que busca ser rica y reniega de las raíces indígenas.
La imagen de estas calaveras representadas por Posadas recibe su influencia del espectáculo "la Danza Macabra" o "la Danza de la Muerte", el cual se representó en Europa durante el siglo XIV. En esta danza, la muerte con guadaña en mano, se presenta ante los mortales para anunciarles que pronto morirán, advirtiéndoles que deben arrepentirse de sus pecados y dejar arreglados sus asuntos en la tierra. Es esta la muerte iconográfica que heredamos los mexicanos de Europa.

Danza de la muerte

Actualmente, la utilización de catrinas durante el día de muertos es toda una tradición. La representación de este personaje invita a satirizar a la muerte misma: el mexicano hace de la Catrina un personaje que coquetea con los mortales y los invita a desafiarla, reto que nosotros aceptamos gustosos.

DÍA DE MUERTOS


El Día de Muertos es una celebración mexicana de origen prehispánico que honra a los difuntos el 2 de noviembre. Esta tradición se basa en la creencia de que en esta época del año las almas de los muertos pueden visitar a sus parientes de este mundo.
Los mexicas conmemoraban esta festividad en los meses de julio y agosto, y las celebraciones duraban 20 días y un mes, respectivamente. La celebración de los difuntos niños se llamaba "Miccailhuitontli" y la de los adultos "Xocohuetzi".
Para los antiguos mexicanos no existían conceptos tales como "cielo" e "infierno". Según sus creencias, los lugares a donde iban las almas de los difuntos no depedían de sus actos morales. El inframundo no era considerado como un lugar de castigos y sufrimiento.
Con la Conquista, los españoles impusieron su propia celebración de día de muertos: el Día de Todos los Santos. Al convertir a los nativos del nuevo mundo se dio lugar a un sincretismo entre las tradiciones europeas y prehispánicas.
Actualmente, en México y en algunos países de Centroamérica, el día de muertos continúa celebrándose cada año. Cabe precisar que el 1 y 2 de noviembre son dos días bien diferenciados en las festividades. El 1 es el día en que regresan las almas de los niños y el 2 las almas de los adultos. Para ambos días los pueblos y ciudades preparan una serie de objetos que forman parte del ritual de todos los noviembres. En primer lugar están las calaveras, que se ven representadas tanto en artesanías como en los platos de la víspera. También existen máscaras con forma de cráneo y calaveras a las que se les inscriben en la frente el nombre de los difuntos o de gente viva como una broma. Se montan los altares en honor de los difuntos. La comida es por lo general dulce y la parte más esperada para los niños a los que se convida con todo tipo de golosinas.

CONOCIENDO GUADALAJARA: BARRANCA DE HUENTITÁN


También conocida como Barranca de Oblatos. Es un accidente geográfico provocado por el río Santiago; se localiza al norte de Guadalajara y entre los límites de Tonalá, Zapotlanejo, Ixtlahuacán del Río y Zapopan.
Mide aproximadamente 1,136 hectáreas y tiene una profundidad promedio de 600 metros de diferencia. La diferencia en altitudes de la curva de nivel más alta (1,520 msnm) y la más baja (1,000 msnm) es de 520 metros en el punto del riel del fonicular. El clima de esta zona es terrestre, semihúmedo con lluvias en verano.
La barranca de Huentitán es considerada corredor biogeográfico ya que alberga cuatro tipos de vegetación: bosque tropical caducifolio (cuya particularidad reside en la perdida de hojas por lo menos 7 meses al año), bosque de galería, vegetación rupícula y vegetación secundaria. La flora la constituyen las áreas verdes que se preservan para ornato y ambientación de la ciudad. Además, se pueden encontrar las siguientes especies: pino, encino, cretón, jonote, madroño, roble, oyamel, tepame, tabachín, ozote, retama, salvia, nopal, magnolia y laurel de olor.
La fauna nativa de la región, prácticamente ha desaparecido, quedando tan sólo algunos anfibios y aves, mas bien de carácter migratorio.
La barranca se ha visto envuelta en diversos sucesos de gran interés en la historia: en tiempos de la conquista española, se produjeron combates entre los indios de Huentitán y los españoles. También fue lugar de batallas durante la Revolución mexicana y la rebelión cristera.


Para poder apreciar en toda su magnitud esta maravilla natural se pueden visitar tres parques miradores: Mirador de Huentitán, Parque Mirador Independencia (el cual cuenta con un restaurante, teatro al aire libre, áreas techadas para comer, mesas rústicas y hornillas para cocinar con carbón, así como juegos infantiles y estacionamiento) y Mirador Dr. .ATL; así como el parque de juegos y el zoológico Guadalajara.
El 5 de junio de 1997 fue declarada Área natural protegida, bajo la categoría de Zona Sujeta a Conservación Ecológica.

lunes, 1 de noviembre de 2010

LOS ANIMALES MÁS PEQUEÑOS DEL MUNDO

1. El insecto más pequeño es la avispa parásita Dicomorpha echmepterygis. Mide 139 micras. Los machos son ciegos y no vuelan. Antes de su descubrimiento se consideraba a Megaphragma caribea el insecto más pequeño.


2. La carpa Paedocypris es el pez más pequeño del mundo. Algunos especímenes  fueron encontrados en los pantanos de Sumatra en 2006. Su nombre científico es Paedocypris progenetica, los adultos crecen aproximadamente 7,9 milímetros. Esta especie tiene un inusual cráneo rudimentario que deja expuesto el cerebro, y se alimenta principalmente de plancton.


3. El molusco más pequeño es el gasterópodo Ammonicera de 1 mm de largo.


4. El anfibio más pequeño es la rana de cabeza corta brasileña. Mide 2 cm de largo.


5. El colibrí abeja es el ave más pequeña del mundo. Nativo de Cuba, este pájaro pesa tan sólo 1,8 gramos y alcanza una longitud de aproximadamente 2 pulgadas. La retina humana no puede detectar los 80 rápidos batidos por segundo, movimiento de las alas de esta pequeña criatura, y es muy fácil confundirla con un insecto. Sus huevos son más pequeños que granos de café.


6. La serpiente más pequeña del mundo fue descubierta en en la isla caribeña de Barbados, en agosto de 2008. Su nombre científico es Leptotyphlops carlae. Mide tan sólo 10, 1 cm. de largo.


7. El mono más pequeño del mundo es el tití pigmeo. Esta especie vive en el Amazonas, en los bosques tropicales de Brazil, Colombia, Ecuador y Perú. Mide 35 centímetros y no pesa más de 100 gramos en la edad adulta.

domingo, 31 de octubre de 2010

HALLOWEEN


Estamos a 31 de octubre y es la época de Halloween. Sin embargo, ¿cuántas personas conocen el verdadero significado de esta festividad? Aquí algunos datos que espero les resulten interesantes.
Halloween tiene su origen en una festividad céltica conocida como Samhain, que deriva de irlandés antiguo y significa "fin del verano". En el Samhain se celebraba el final de la temporada de cosechas; además, esta fecha era considerada como el “Año Nuevo Celta”.
Los antiguos celtas creían que la línea que une a este mundo con el más allá se desvanecía con la llegada del Samhain, permitiendo a los espíritus cruzar. Los ancestros familiares eran invitados y homenajeados mientras que los espíritus dañinos eran alejados gracias al uso de trajes y máscaras que permitían a las prsonas adoptar la apariencia de un espíritu maligno para evitar ser dañado.
De entre todos los visitantes, había uno especialmente malévolo que deambulaba por pueblos y aldeas, yendo de casa en casa pidiendo "trato o truco". La leyenda asegura que lo mejor era hacer trato, sin importar el costo que éste tuviera, pues de no pactar con este espíritu (que más tarde recibiría el nombre de Jack O'Lantern, con el que se conocen a las tradicionales calabazas de Halloween), él usaría sus poderes para hacer "truco", que consistía en maldecir la casa y a sus habitantes, causándoles toda clase de infortunios, como enfermedades en la familia, muerte del ganado o incluso incendios que arrasaban con todos los bienes.

Cuando tuvo lugar la ocupación romana de los dominios celtas la festividad fue asimilada por los invasores.
En una época en la que predominaban las festividades paganas, los Papas Gregorio III (731–741) y Gregorio IV (827–844) intentaron suplantarla por una festividad cristiana (Día de Todos los Santos) que fue trasladada del 13 de mayo al 1 de noviembre.
Sin embargo, los inmigrantes irlandeses transmitieron versiones de la tradición durante la Gran hambruna irlandesa. Fueron ellos quienes difundieron la costumbre de tallar los "Jack-o'-lantern" (calabaza hueca con una vela dentro), inspirada en la leyenda de "Jack el Tacaño" .
Esta leyenda habla de un granjero que engañaba y mentía a vecinos y amigos. Su conducta le ocasionó toda clase de enemistades, así como una reputación de persona tan malvada que rivalizaría con el mismísimo Satanás.
El Diablo, a quien llegó el rumor de tan negra alma, acudió a comprobar si efectivamente era un rival de semejante calibre. Disfrazado como un hombre normal acudió al pueblo de éste y se puso a beber con él durante largas horas, revelando su identidad tras ver que en efecto, Jack era un auténtico malvado. Cuando Lucifer le dijo que venía a llevárselo para pagar por sus pecados, el hombre le pidió una ronda más como última voluntad. El Diablo se lo concedió pero al ir a pagar ninguno de los dos tenía dinero, así que Jack retó a Lucifer a convertirse en una moneda para pagar la ronda y demostrar sus poderes. Satanás lo hizo, pero en lugar de pagar con la moneda Jack la metió en su bolsillo, donde llevaba un crucifijo de plata. Incapaz de salir de allí, el Diablo ordenó al granjero que le dejara libre, pero Jack le dijo que no lo haría a menos que prometiera volver al infierno para no molestarle durante un año.
Transcurrido ese tiempo, el Diablo apareció de nuevo en casa de Jack para llevárselo al inframundo pero de nuevo el hombre pidió un último deseo, en este caso que el Diablo cogiera una manzana situada en lo alto de un árbol para así tener su última comida antes de su tormento. Lucifer accedió, pero cuando estaba en el árbol, Jack talló una cruz en su tronco para que Satanás no pudiera escapar. En esta ocasión, Jack le pidió no ser molestado en diez años, además de otra condición: que nunca pudiera reclamar su alma para el infierno. Satanás accedió y Jack se vio libre de su amenaza.
No obstante, tras morir (mucho antes de esos diez años pactados), Jack no pudo arribar al cielo, pues no podían aceptarle por su mala vida pasada, así es que fue enviado al Infierno. Pero allí tampoco podían aceptarlo debido al trato que había realizado con el Diablo, así es que fue condenado a deambular por los caminos con un carbón ardiendo dentro de un nabo hueco como única luz que guiara su eterno vagar entre los reinos del bien y del mal. Con el paso del tiempo Jack el Tacaño fue conocido como Jack el de la Linterna o "Jack of the Lantern", nombre que se abrevió al definitivo "Jack O'Lantern". Esta es la razón de usar nabos (y más tarde calabazas, al ser más grandes y fáciles de tallar) para alumbrar el camino a los difuntos en Halloween, y también el motivo de decorar las casas con estas figuras: así se evita que Jack llame a la puerta de las casas y proponga Truco o trato.

sábado, 30 de octubre de 2010

CIUDAD EN TINIEBLAS O LA IDENTIDAD MÁS ALLÁ DE LA MEMORIA


TÍTULO ORIGINAL: Dark City
AÑO: 1998
DURACIÓN: 100 min.
PAÍS: E.U.A.
DIRECTOR: Alex Proyas
GUIÓN: Alex Proyas, Lem Dobbs, David S. Goyer
MÚSICA: Trevor Jones
FOTOGRAFÍA: Dariusz Wolski
REPARTO: Rufus Sewell, Kiefer Sutherland, William Hurt, Jennifer Connelly, Richard O'Brien, Ian Richardson, Colin Friels, Melissa George

John Murdoch despierta en una habitación de hotel. No sabe quién es ni por qué hay una mujer muerta en ese lugar. El teléfono suena: una voz le advierte que los "extraños" vienen por él. La presecución comienza y pronto Murdoch descubrirá que bajo la ciudad habita una especie alienígena que experimenta con los humanos borrando sus recuerdos e implantando otros, con el objetivo de descubrir la esencia del alma humana.
Ésta es la premisa de la Ciudad en tinieblas, segundo largometraje de Alex Proyas (El cuervo). Se trata de una cinta de ciencia ficción con evidente estética noir y estilo comic que mantiene el interés del espectador desde el primer minuto debido a su ritmo trepidante y ágil manejo de cámaras.
El look del filme también es de destacar. Influenciado no sólo por el cine noir, sino también por las películas expresionistas (que también influyeron en el noir, como ya había comentado en otro post), en especial por Metrópolis de Fritz Lang, Proyas muestra una ciudad claustrofóbica, gótica, compleja; esta ciudad donde siempre es de noche se transforma en un personaje de gran relevancia dentro de la película: su retorcida arquitectura encuentra eco en la mente de Murdoch, trastocada por los recuerdos a medias que le intentaron implantar.
Sin embargo, no debe pensarse que este es un filme excluivamente de acción o un mero pretexto para un diseño de arte espectacular. Debajo del envoltorio de cine comercial se encuentra una reflexión más profunda: ¿Qué es lo que nos hace ser como somos? ¿Qué define nuestra individualidad? Los extraños piensan que los seres humanos somos la suma de nuestros recuerdos: si le implantamos la memoria de una persona a otra, entonces este segundo individuo deberá actuar de la misma manera en que el primero lo hizo. Y aquí es donde reside el mérito del guión: la respuesta que da la película es "no". Las personas tenemos libre albedrío, personalidad propia; si bien es cierto que nuestras experiencias ayudan a formar una visión del mundo, los seres humanos no sólo somos la suma de estas experiencias. La fatalidad no nos arrastra a cometer los errores de otro en circunstancias similares (o, en este caso, idénticas), porque hay algo que nos vuelve únicos.
Una película de culto. Auténtica ciencia ficción propositiva.